lunes, 6 de mayo de 2013

Por qué odio The Walking Dead


Desde siempre me da miedo todo. 
Consciente de mi absurdo os digo que odio The Walking Dead y no he visto ningún capítulo. Es más, no sé de qué va. 
Pero sí veo a Jordi Évole y a veces el Mentalista… y cuando más relajada estás, zas! un impactante anuncio de esta serie con un primer plano de un muerto amenazante.


Y mi imaginación se dispara. Y mi mente graba esa imagen y me acompaña durante días.

A media noche, cuando estoy profundamente dormida, se oye una patada en la puerta, cruje, pequeños y rápidos pasos que se acercan… abro los ojos y veo a Alberto, agarrado a su almohada, succionando el chupete a toda velocidad y que para colmo, ha pisado el ipad olvidado por su padre y le ilumina desde el suelo con un tono azulado.
Tardo un segundo en identificarle, y medio en empezar a gritar alarmada hasta darme cuenta que no es un zombi.

La pachorra inconfundible de mi marido me gruñe. Agarra a mi sorprendido hijo y lo acuesta entre nosotros. Ambos se duermen en el momento. Yo tardo unos minutos en calmar mi taquicardia y mi imaginación.

A la mañana siguiente, todo transcurre con normalidad, recojo la casa, camas, desayuno, juguetes, ropa… enciendo el ordenador y bajo a la cocina a por un café. Al final de la escalera, colgando de la barandilla, me encuentro unas gafas de aumento y montura doradas que no he visto en mi vida. Me paro en seco, palidezco. Nadie utiliza gafas. No hay nadie en casa. Estoy sola ¿sola? Y grito:

- ¿hay alguien ahí?
Silencio.

No me muevo. Tiemblo. Mi imaginación vuelve a dispararse: el zombi, un asesino en serie, no, no, no, para. Estoy de cuclillas en la escalera. Saco el móvil y llamo a Fernando:

      - Hola cari, hay unas gafas en la escalera (la voz no me sale del cuerpo)
      - Si cielo, son del carpintero [¿qué carpintero?] acabo de estar en casa y bla, bla…

Cuelgo y calmo mi nueva taquicardia procurando no caerme por las escaleras. Fer va corriendo a todas partes, supongo que el estrés le impide saludar al llegar a casa.

Entre la magnífica publicidad de la Sexta, los mimos nocturnos de Alberto y los despistes de mi mariditos van a acabar conmigo. Pero no será hoy.

Respiro, murmullo algunas palabras feas y me sirvo un café bien cargado.

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