Este año hemos empezado el cole fenomenal.
¡Qué alivio! Estaba un poco preocupada y os cuento por qué.
A dos meses de terminar el curso pasado, mi
pequeño Alberto (4 años) no quería ir al colegio. Cada mañana se levantaba de mal
humor: “Mamá, tengo un ojo mareado. Los besos no lo curan. Ayer cogió frío en
el patio y hoy está muy mareado”.
Y cada día inventaba una nueva excusa:
“Tengo que construir un castillo y voy a tardar todo el día” o “Me duele un
pie”, o “Valentina no quiere jugar
conmigo y si no me quiere no vuelvo al cole”.
“Hoy mejor vuelvo a la cama y duermo hasta
mañana!!!”
Un día de mimos o de bajón lo tiene
cualquiera, incluso los niños, pero cuando las excusas son diarias esconden
un problema,
- Alberto, ¿por qué no quieres ir al
cole?
- Me duele la tripa. No puedo salir a
la calle porque el frío le va mal a mi tripita.
Cuando preguntas a tu hijo casi nunca te
contesta de forma directa, mucho menos te dice lo que quieres saber y encima la
respuesta nunca llega el mismo día.
Disimulé mi preocupación, me armé de
paciencia y me puse a investigar. Hablé con la profe para saber cómo le veía en
clase y con las cuidadoras del patio por si tenía problemas en el recreo. Pero
nada.
Durante varios días, decidí ir a buscarlo con
10 minutos de antelación para unirme al corrillo de madres que esperan
impacientes a sus retoños; ésta es una fuente imprescindible de información.
Para mi sorpresa ellas también estaban inquietas. La profe estaba embarazada y
a punto de darse de baja (ahora ya es una mamá feliz), y la cuidadora
(ayudante) había tenido un pequeño accidente. Ninguna tenía sustituta fija y el
cambio continuo de maestras tenía alterado a niños y mamis.
Hablé con Alberto y le pregunté si le
preocupaba tantos cambios en clase, al principio no dijo nada, pero al segundo
día y por un enfado que no tenía nada que ver estalló.
Volvíamos a casa en el coche, algo no le
gustó en la radio y se puso a llorar. A llorar mucho y con un llanto diferente.
Nico me miraba nervioso, Alber no contestaba a nada y paré el coche. Todo salió
de golpe. “No quiero que vuelvas a cambiarme de cole, no quiero amigos nuevos
ni nuevo nadaaaaaa….”
Y con razón lloraba, estuvo en la Escuela
Infantil, después por temas burocráticos en un cole inglés y al siguiente curso
en el francés, ya el definitivo. Tres lugares e idiomas diferentes en 4 años de
vida.
Por supuesto le prometimos que le quedan
muchos años en el mismo centro, y entre besos, caricias y atenciones volvió a
serenarse.
Ahora está feliz, cuando llegamos al cole,
me da un beso, Nico activa un botón imaginario en su espalda y dice: “propulsores activados” y Alberto entra
corriendo sin parar y sin mirar atrás. ¡Misión cumplida!
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