Ya
no existen. Me los he comido. Y si, estaban muy buenos. Estaban
requete-buenos. Espera que no me estoy explicando bien, estaban tan
buenos que el sabor era distinto al que estamos acostumbrados. Esto
me llena de orgullo, pero también de preocupación ¿qué es lo que
estamos comiendo?
Todo esto empezó gracias a Belén, mi prima política hippy. ¿Y quién no tiene un hippy en la familia? Mi Belén además, es práctica e inteligente. Unas navidades nos habló de un huerto que hacía con sus amigos, cómo lo tenían planeado, el por qué, los resultados esperados, etc.
Unos
meses más tarde me envió un pdf titulado El Balcón Comestible, un
artículo genérico que anima a cultivar cualquier hortaliza como una
afición más. Si tu balcón o terraza es muy pequeña no pasa nada,
hay soluciones para plantar de forma vertical,
seguras y divertidas. Si me dices que las plantas se te dan
muy mal no pasa nada, hay plantas que crecen casi solas como el ajo,
el haba, el tomate, el rábano, la calabaza... incluso si me dices
que es que eres muy tiquismiquis y necesitas orden y control hasta en
las macetas, entonces puedes dedicar tu balcón exclusivamente al
cultivo de aromáticas o condimentarias. Te quedará monísimo.
Nos
mudamos el verano pasado. La novedad de la casa y de tener un pequeño
jardín más toda la información sobre huertos urbanos (muy de moda
en internet) fue un cóctel explosivo.
En
la ventana de la cocina tengo todo tipo de esquejes, hierbabuena,
menta, perejil y orégano.
En la cubierta de la casa hemos puesto
unos cajones de tierra y sin criterio y a lo lo loco estamos
cultivando: habas, guisantes, ajos, cebollas, judías, zanahorias,
tomates, pimientos verdes, puerros, lentejas, rabanitos y melones.
En
la entrada crecieron las lechugas en una jardinera (no había más
espacio) al lado de la pequeña higuera.
Todo
en un espacio ridículo, pero teníamos un montón de semillas y no
creíamos que fuera a salir nada. Error. Después de la tremenda
primavera que acabamos de pasar da gusto ver mis plantas. Y no sólo
verlas. También comerlas.
Ya
os podéis imaginar las dos ensaladas que hicimos con las dos
lechugas y los rabanitos. Pero lo de las habas fue increíble. Con
una cebolla, un poco de jamón picado, unos huevos escalfados y una
montaña de habas troceadas (vaina incluida). Fue plato único para
una cena de 4 comensales. Se me hace la boca agua al recordar el
sabor.
Si
tenéis la oportunidad de cultivar cualquier cosa hacerlo. De verdad,
ni lo pienses. Lejos de convertirse en una obligación ayuda a
quitarse estrés y es muy grato.
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