El domingo fuimos de paseo al Retiro con unos amigos.
Estuvimos en los jardines de Cecilio Rodríguez admirando los pavos reales.
Después caminamos hasta los columpios, en una zona que parecía un poco más
tranquila. Los niños empezaron a jugar a tirarse encima de su padre que estaba
sentado en el césped. Se turnaban para treparle por la espalda.
Pensé que era una broma, cuando me pregunta Fernando ¿dónde
está Alberto?
- Cielo, jugando con tu espalda.
- Ya, si es su turno pero no le veo.
No es la primera vez que Alberto sale corriendo en dirección
contraria. Pero si es la primera vez que lo hace en un lugar lleno de setos,
recovecos y mil direcciones distintas para escapar.
Nos levantamos al instante, no podía estar lejos pero este
chico es muy rápido y no tiene miedo. Decidimos separarnos, los minutos pasaban
y Alberto no aparecía. Sentía mi cuerpo cada vez más tenso. Caminé unos metros
para ver detrás de una caseta y vi uno de esos paseos interminables del Retiro,
lleno de gente, puestos, títeres, etc…
Angustia. Me paré en un kiosko de chucherías para preguntar
si había algún lugar de niños perdidos. La mujer me miró muy seria: - Chica,
llama al 092. Ya.
Y en ese momento empecé a llorar. Llamé al 092 sin parar de
llorar. Apareció un coche policía, al que le di mi teléfono y descripción: niño
de dos años y medio, me llega por la mitad de la pierna, castaño claro, ojos
marrones, muy listo, con vaqueros y camiseta azul, sabe su nombre y dos
apellidos… (horror, la descripción era la de cualquier niño), se acercaron los
patinadores y algunas personas, unos ya estaban buscando al pequeño, otros se
ofrecían voluntarios.
Seguía llorando pero lo veía muy claro: las desventajas se
convierten en ventajas, es imposible encontrar a un niño entre mil personas pero es más probable encontrarle si le buscan la mayoría.
Busqué. Buscamos. De vez en cuando se cruzaba en mi mente el
recuerdo de alguna noticia terrible del telediario que apartaba a patadas de mi
cabeza para centrarme en mi único deseo y obligación.
Pasaron más de 30 minutos, una falsa alarma y muchos nervios
pero al final sonó el móvil. Una pareja que podrían ser los abuelos de Alberto
se dieron cuenta de que iba paseando solo. Recorrió cerca de 300 metros. Le dieron
conversación hasta que le encontró la hermana de una amiga. La pareja no quiso
separarse de mi niño hasta conocerme (no les valió conocer sólo al padre,
teníamos que estar los dos!!!) y me contaron toda su aventura.
El encuentro fue muy emotivo, qué os voy a contar. Yo me relajé
al momento, paré la búsqueda y di gracias a todo lo que se movía. A algunas
patinadoras se les saltaba las lágrimas al ver al mini fugitivo y Fer, que
hasta el momento había mantenido la calma, tardó un día y medio en asimilar y
superar lo sucedido. Nunca le había visto beberse un vaso lleno de whisky de un
trago.
Alberto parecía encantado con su aventura. Nos preocupó
verle tan tranquilo. Hasta que llegó la noche. En su cama lloró y me abrazó
fuerte. Espero que esto nos sirva de lección a todos.
Desde aquí quiero agradecer (infinito) toda la ayuda y
apoyo: al 092, a la patrulla del Retiro, a los patinadores, a los que fueron a
pasear tranquilamente y vieron alterada su tarde, a nuestros amigos y a mi
Nicolás, que a pesar del susto se comportó como un hombrecito.