Siempre hemos fabricado disfraces caseros. En Halloween le
preguntamos de qué quería ir: - “de monstruo azul con 8 ojos”.
Casi todos sus compañeros iban de vampiro, bruja, zombi… la
tendencia la marca la tienda de los chinos. Nosotros nos presentamos con una
camiseta del padre con un montón de lanas azules cosidas y 8 ojos repartidos
por su cabeza (menos mal que el niño trae 2 de serie).
Tengo que reconocer que rozaba lo ridículo, pero iba feliz y
se lo pasó en grande.
Los reyes magos nos trajeron un disfraz de Superman y otro
de Thor. Ambos con músculos y capas rojas. Preciosos, increíbles y de talla
perfecta.
No sé por qué di por hecho que lo íbamos a estrenar. Nada más lejos
de sus intenciones.
- Mamá, voy a ser un dragón, quiero asustar a todos mis amigos.
- ¿dragón? Nononono… sólo queda la capucha del dragón (que confeccionamos para Nico hace dos años), está viejo, vas a ir mucho más guapo de Thor
- ¡Dragón!
- ¿Pero no prefieres ser un caballero? Y si quieres te llevas al dragón en la mano.
- No mamá, ¡un dragón grande!
Hemos estado 3 días intentando convencerle. ¿Para qué? si lo
tiene clarísimo y seguro que la semana que viene me pide ir de caballero para
jugar en el jardín. Y si no una servidora se quedará con un extraño sentimiento
de culpabilidad por no estrenar un regalo de reyes… ¿?...
Esta mañana estaba radiante, gracioso y actuando como un
dragón lleno de energía.
En el patio del colegio, al lado de la profesora, había una “niña-avatar”.
El friki de su padre se había levantado a las 5:30 de la mañana para tunear a
su hija: trenzas, pintura de cara, traje…
Está claro que los únicos que hacemos el ridículo por
carnaval somos los padres, imponiendo absurdas ideas y sin escuchar a los
niños.
Pronto empezamos.